viernes, 8 de octubre de 2004

El espejo de los sonidos

La luna que descascara inocencia de nube sedienta. Cascada humeante de azufre me arrastra con el mar.
Una niña de piel-angel armada de amor hasta los dientes, me espía desde la roca… me cubre la boca, mientras besa en mis uñas la carne.
Se mira en la cascada y se peina…. Sus alas son ahora sirena, y se escabulle en la espuma.
El remolino de ahora me llama y sumerjo en mis ojos cerrados la inmersión… En su aroma veo el camino apático pero curioso. La sirena ha venido por aquí con cruda y solemne seguridad. Algas esquivas me atan, elásticas como plátano, tripas, piel de arco.
(me veo desnuda en el páramo, curtiendo el sol)
Aire que me invade, y un sendero de anfibio a seguir: quizás allí esté la bruja mientras la extraño.
Me evado un poco y maravillo colores de los peces… Cruel fantasía de tontos.
El sueño se me abisma, y extraño a mi bruja, sus calderos de ojos, sus murciélagos humeantes, dientes de caléndula como si fueran ajos, los ajos, como ojos de algún bicho gris que se ha podido cortar las ramas para ser más fuerte.
Y el agujero… El hoyo del profundo silencio…. Donde las llamas no son más que túneles de dimensiones paralelas, carcomidas por las ratas de la cascada.
Fuego fatuo, fuego de agua, ola inconstante que me cuenta.
La bruja me abraza, me da un jazmín. Y me besa en los labios.
¿Cuántos verbos me atacan en la noche, cargados de conjugaciones casi condicionales y ermitañas?
En verde - sola - rellena de dulce de leche, me observa la sirena apagada, sin mover más que sus pestañas.
Coloco en el espacio lo esquivo… para amarme.
Sabemos su destino. De cuerda invisible tras rejas de humo.
En la ensoñación, el cadáver crece y mece y abriga. Sólo es seguro su aroma, en su piel casi de rosa, en sus uñas casi de pétalos, en sus dientes, casi de espinas.
Una corona saliente de cabeza en la sirena, que sigue observándome en verde, filtrada, sonriente. Hamacando mis verbos sobre sus ojos.
Es ella la que sabe.
Sonrío despacio creyéndome cómplice de sus maquinaciones, austera mirada y solemne entonación. Cadáver que sangra…
Coloquio con la nube minetras las piedras se caen al sustento del cimiento, azorando a la sirena (esa que es mi espejo y me mima).
El sol que caga fuego por las rendijas del cañón.
Caña cornuda de milagro… Pesco en soledad mis palabras, mientras el sonido dibuja la silueta en la pared de ojos, verdes esmeraldas estreñidas, y la sirena estática, sentada en su cúmulo, me sonríen en su piel de escamas.
Me río… Y ella ríe, mientras en brutal armonía empezamos la canción.
Sus manos en las mías se funden en el sonido y una luna aletargada colorea de a poco la cueva…
El olor de la imagen se disuelve en ojos cerrados de escenas dormidas, en espacios exquisitos, en agua de rosas, tibia cama de pétalos. Se desnudan los errores, mientras el sueño se funde y deja paso a esa luz ámbar en la que también nos bañamos. Mi rosa se abre, mi piel me abraza (sus escamas me besan, me tocan, ahogando en caricias el respiro).
Soñanos de la mano, mientras la luna desea unírsenos… pero está tan lejos…
No se ha dado cuenta hasta que se nos precipita la estrella.
En el vapor del caldero empieza a surgir una hilera de dominó azorado.




Lokillas
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